Los
trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son alteraciones comportamentales
relacionadas al acto de comer, a la imagen corporal y al desarrollo de la
identidad, siendo afecciones estrechamente ligadas a la idolatría por la
delgadez que afectan principalmente a mujeres adolescentes (Del Bosque
and Caballero, 2008; (Duhart, 2002)),
en las que el control alimentario es una fuente de identidad, proporcionando
sentimientos de confianza, control y competencia (Del Bosque
and Caballero, 2008; (Mallor, 2004)),
conjuntamente con la corporalidad relacionada al anhelo de lograr una figura
determinada (Bedoya and
Marín, 2010).
En el
TCA, la comida y el peso corporal se convierten en ejes del pensamiento de
estas jóvenes. Este último posee un fuerte significado emocional, que provoca
una desconexión con las sensaciones corporales, mientras que el cuerpo es
percibido como una fuente de tensión, homologando la delgadez a seguridad,
perfección y felicidad, en tanto el sobrepeso es vivido con incomodidad, asco e
infelicidad (Cruzat et
al., 2010), generando por ende, insatisfacción con el propio cuerpo
y temor a aumentar de peso.
El
diagnóstico de los distintos subtipos de TCA es complejo, pues aunque comparten
características clínicas, evolucionan con entrecruzamientos y virajes desde un
cuadro a otro (Behar, 2010a;
(Juli, 2012)).
Algunos investigadores suponen que los TCA pertenecen a una sola entidad, que
comparten un mismo núcleo psicopatológico, presentando variaciones
sintomatológicas (Fairburn et
al., 2003) que indican el intento por desarrollar el sentido del sí
mismo (Patching and
Lawler, 2009). (Juli, 2012)
concluye que la expresión sintomatológica y su representación dependen más bien
de la estructura de la personalidad, siendo distintivo los síntomas bulímicos,
configurándose así sólo una entidad. No obstante, otros autores (Birmingham et
al., 2009) señalan que no existe suficiente evidencia para plantear
una causa única. (Eddy et al.,
2008), en un seguimiento de 7 años, encontraron que las anorécticas
transitan entre los distintos subtipos de anorexia nerviosa (AN) y otras hacia
la bulimia nerviosa (BN), con gran probabilidad de recaer con sintomatología
anoréctica, frente a las bulímicas que muestran escasa posibilidad de presentar
AN, concluyendo que los subtipos de AN corresponderían sólo a fases de la
patología, siendo ésta un trastorno completo independiente de la BN; aunque,
por su parte, (Coelho et
al., 2013) verificaron que pacientes con AN purgativa presentan más
distorsiones cognitivas que mantienen e intensifican el TCA, en contraste con
las restrictivas y bulímicas, lo que fundamentaría la existencia de los
diferentes subtipos de TCA.
Existen
rasgos discursivos distintivos entre los subtipos de AN y la BN. En este
sentido, (Davies et
al., 2012), determinaron que las anorécticas presentan mayor
inhibición en su expresión emocional que las bulímicas y una expresión verbal
más atenuada, con menor uso de palabras positivas que el grupo control, mientras
que las bulímicas son indistinguibles en relación a este criterio. Al respecto,
se ha verificado que las anorécticas y las bulímicas presentan mecanismos de
supresión emocional, tales como alexitimia y falta de asertividad, en desmedro
de las habilidades y el funcionamiento psicosocial, interfiriendo
significativamente en el manejo de su expresión emocional (Behar, 2011a,(Behar, 2011b)).
El
objetivo de este estudio es comparar las manifestaciones clínicas,
psicopatológicas y conductuales desde la perspectiva vivencial subjetiva de
pacientes portadoras de AN y BN, considerando parámetros como noción de
enfermedad, significados asociados a los alimentos, concepción de la
corporalidad y autoimagen.
Se aplicó
un diseño descriptivo-analítico cualitativo basado en el modelo de la Grounded
Theory(Glaser and
Strauss, 1967), especialmente apropiado para acceder a los procesos
subjetivos desde la perspectiva del participante. Se utilizó un muestreo
intencionado con los siguientes criterios de inclusión: (a) mujeres con
diagnóstico de TCA realizado por un psiquiatra y/o psicólogo según requisitos
del DSM-IV-TR (American
Psychiatric Association, 2000), (b) que hayan estado o estén en
psicoterapia; (c) que se encuentren en fase de seguimiento o final de la
psicoterapia. El tamaño de la muestra se basó en el criterio de saturación
teórica; es decir, la recolección de información ocurre hasta que comienzan a
repetirse los datos y la inclusión de nuevos participantes ya no afecta la
inserción de nuevos antecedentes, por lo que no surgen nuevas categorías
emergentes (Strauss and
Corbin, 2002; (Mella, 2003)).
En base a este criterio, la muestra quedó conformada por 15 pacientes chilenas
voluntarias previo consentimiento informado; entre 18 y 30 años, 8 anorécticas
y 7 bulímicas. La recolección de datos se efectuó mediante la entrevista en profundidad,
concebida por (Taylor and
Bogdan, 1998) como reiterados encuentros cara a cara entre el
entrevistador y los informantes, para la comprensión de sus perspectivas
vitales, experiencias o situaciones, según sus propias palabras, con una
duración entre 90 y 120 minutos. Las pacientes fueron atendidas por terapeutas
y equipos especializados en TCA de Santiago, Concepción y Viña del Mar. Se
empleó triangulación de analistas (González,
2000), realizándose discusiones sobre los hallazgos, categorías
emergentes y resultados preliminares. La modalidad de la Grounded
Theory implica realizar una labor inductiva sobre los datos, lo que
permite integrar información inesperada en categorías emergentes que surgen a
partir de las respuestas de los participantes, del análisis de éstas y su
posterior codificación (Strauss and
Corbin, 1990; (Krause, 1995)).
El procedimiento consistió en polarizar las entrevistas a partir de los
diagnósticos diferenciales (AN-BN), con el fin de comparar los discursos y
revisar sus similitudes y diferencias.
A
continuación se presentan los resultados descriptivos que comparan las
narrativas de las pacientes con AN y BN respecto a su TCA, incluyendo temáticas
tales como noción de enfermedad, relación con el alimento, concepción de la
corporalidad y autoimagen.
Referida
a la denuncia de síntomas que además involucran un compromiso afectivo con
ellos y la paciente los integra en un estado global perturbador del sentido
personal de su existencia. (Capponi, 2010). Anorexia
nerviosa. Dos pacientes referen que haber sido diagnosticadas con la
enfermedad tuvo gran importancia, empero, señalan dificultades para reconocer
el origen del trastorno y comprender lo que realmente ocurre con ellas.
“Cuando
me dijo que tenía anorexia fue fuerte… no entendía en qué momento había
empezado…cómo había pasado de ser algo tan normal a anorexia” (II, 57)
Otras dos
pacientes informan no haber querido asumir la enfermedad al momento de recibir
el diagnóstico.
“Encontraba
raro que tuviera un trastorno alimen-ticio…una parte de mí sabía que estaba
bajando de peso y que tenía conductas… yo había estudiado el tema y decía ‘sí’…
‘¡ya, bueno!’, pero como que no entraba en m … que no era, no sé”(VI, 45)
Los
discursos de seis de las pacientes con AN indican baja consciencia de
enfermedad.
“Estaba
demasiado faca, pero en el fondo me gustaba que me dijeran eso… a veces me
llegaba a gustar verme enferma porque sabía que estaba bajando de peso” (II,
45)
Respecto
a la purga, la mitad de las pacientes reconocieron haber recurrido a la
autoinducción del vómito como control ponderal, mientras otras dos señalan
nunca haber realizado dicha conducta.
Bulimia
nerviosa. Tres
pacientes bulímicas describen su enfermedad como una adicción fuera de su
control, dando cuenta de situaciónes como esconder alimentos, robar para
conseguirlos, buscar lugares y horarios para provocarse el vómito y sentir
alivio luego de hacerlo. Se aprecia preocupación de que otros no adviertan
tales conductas, denotando vergüenza hacia dichas acciones y la posibilidad de
que sean descubiertas por sus familiares.
“No sabía qué hacer… perdí el
control de las cosas. Ya no manejaba nada… a lo que llegué… me sentí como una
drogadicta… miraba el dinero, y por otro lado no quería devolvérselo porque era
mi dinero para mis dulces…” (IV, 52)
La
enfermedad es vivida como una condena que produce vergüenza, cumpliendo
inicialmente la función de provocar alivio y generar un ideal de perfección,
que en retrospectiva les consumió mucho tiempo y energía.
“Es una
mierda que casi destruyó mi vida… que me hizo perder seis años… nunca pude
estar feliz aunque yo diga que antes estaba perfecta… me destruyó la vida…”
(IV,92)
Por otra
parte, para cinco de las entrevistadas la enfermedad les significó obtener la
atención familiar anhelada.
“Yo
creo que era un llamado de auxilio… porque la verdad es que no me quería morir,
pero quería que se dieran cuenta de que yo estaba mal…” (IX, 12)
En
general, las bulímicas vivencian el diagnóstico del TCA como una experiencia
tranquilizadora al comprender que constituye una enfermedad y que no están
“locas”.
“La
terapeuta me dijo: ‘tuviste una depresión no diagnosticada, que no trataron.
Tus neurotransmisores se murieron, por lo tanto, te tengo que dar un remedio
que los va a reconstruir, por eso tienes cambios tan bruscos de peso, de ánimo,
de todo… te invito a seguir el tratamiento conmigo… ya has perdido mucho
tiempo’. Fue cien por ciento efectiva…y yo dije: ‘listo’…” (XIX, 5)
Considera
los hábitos alimentarios cotidianos, incluyendo tanto las conductas de
restricción alimentaria como la presencia de atracones y purgas (Behar, 2010a).
Anorexia
nerviosa. Todas
las pacientes describen la alimentación como el principal tema de preocupación
durante la enfermedad, asociándose en uno de los casos a la propia identidad.
“Me
definía más… era un problema cuando salía… era lo que más me preocupaba, el
tema principal para mí” (II, 2)
Poseer el
control de la ingesta alimentaria, central en estas pacientes, se relaciona con
poder tomar decisiones libremente y sentir que se posee fuerza de voluntad. El
alimento conlleva una connotación negativa, percibiéndose como una tortura que
causa angustia y que se supedita a la experiencia previa de haber tenido
sobrepeso.
“Yo creo
que de verdad es un tema…para mí la comida sigue significando una tortura… yo
por mí, no comería en todo el día y ojalá no me diera hambre” (XVI, 502)
Respecto
a la vinculación de la comida con los antecedentes de sobrepeso, ello se
entiende como una complicación que se logró vencer.
“Es algo
que por mucho tiempo me provocó problemas, me venció toda mi vida… y por fin
podía controlarlo… llegó el momento en que podía vencerlo… fue mi enemigo
durante diez o doce años. Por primera vez pude sobreponerme, entonces eso se
sentía bien” (II, 73)
Bulimia
nerviosa. Dos
pacientes emplean la comida como una estrategia para reemplazar, manejar y/o
aplacar afectos como ansiedad y tristeza.
“ ‘Vamos
a comprar un dulce o un helado para que se te pase la pena (tristeza)’,
entonces el tema no se hablaba, sino que íbamos a comprar algo y me comía un
dulce, un pastel, y la pena se pasaba”(III, 7).
Cuatro
pacientes mencionan el acto de comer como placentero, pero que debe ser purgado
para poder sentir alivio.
“Cuando
vomitaba era una sensación como de sentirme bien… que había botado todo lo que
había comido… así yo quería que fuera mi vida, que comiera y lo botara, y
haciendo eso estaba bien” (VIII, 88).
Implica
el modo en que las pacientes con TCA perciben, se imaginan, sienten y actúan
respecto a su propio cuerpo (Rosen, 1995).
Anorexia
nerviosa. Seis
anorécticas habían presentado sobrepeso durante su infancia y/o adolescencia,
sintiéndose socialmente excluidas debido a comentarios negativos recibidos de
pares, profesores y familiares.
“En el
colegio me molestaban por el peso, porque era rellenita… a los diez años una
amiga me dijo: ‘tú eres tan gorda que no te puedes mirar los pies en la ducha’,
y yo todavía me los miro cuando me baño” (XVIII, 492)
“Una vez
fui a un taller de teatro y la profesora, famosa en el colegio por ser
fastidiosa, hizo que me presentara…y para finalizar me dice: ‘y le gusta comer
bastante ¿cierto?’” (II, 29)
Durante
la adolescencia, tres pacientes destacan una mayor preocupación por su cuerpo y
atractivo físico, entendiendo el ser delgada como el ideal de belleza en
oposición al sobrepeso.
“ ‘¿Por
qué empezó a los quince años y no antes?’… Quizás porque era más adolescente y
quería preocuparme más del cuerpo, ser más atractiva. A una niña gorda no la
toman en cuenta…sí, mil veces más a una niña más delgada y bonita”(I, 18)
Bulimia
nerviosa. En
estas mujeres el cuerpo es percibido como un objeto que puede y debe ser
controlado por medio de laxantes, alimentos y conductas purgativas. Existiría
en ellas, necesidad de mayor control frente a la ingesta alimentaria, además de
dificultades en el reconocimiento de algunas emociones o sensaciones, tales como
el hambre.
“Culpa
por no poder controlarme, no poder controlarme y… por no poder controlarme, de
comer principalmente” (IX, 20)
Mediante
las conductas purgativas, el cuerpo podría ser “callado” y “calmado”,
de acuerdo al relato de una paciente bulímica. Por otra parte, el cuerpo es
vivido como ajeno, objeto de burlas y de maltratos. Entre los antecedentes
descritos por las pacientes, destaca la experiencia de tener sobrepeso.
“…Yo
tenía sobrepeso cuando era niña. Empecé el tratamiento como a los trece años
con nutricionista… ahí bajé de peso, y me empecé a involucrar más en esto de
bajar de peso…” (IX, 1)
En cuanto
a la adolescencia, tres pacientes describen este periodo como una etapa vital
especialmente conflictiva, por implicar aumento ponderal y cambios en la forma
corporal. Es entonces cuando asumir la delgadez como ideal de belleza cobra
relevancia.
“Me
desarrollé antes que mis otras compañeras… yo creo que ahí empezó el tema de
compararme con mis pares. Mirar a mis pares y decir: “ella está faca y yo estoy
gorda, y ella puede hacer esto y yo no puedo hacer esto”, o “al muchacho que me
atrae le gusta la faca, y yo soy gorda y por eso no me toma en cuenta”… empezar
a meterme en la cabeza que delgadez es sinónimo de belleza” (VIII, 50)
Alude a
la creencia de que partes específicas del cuerpo se asocian con cambios
considerables de la silueta, o que la “gordura”, acrecentada en la pubertad,
conducen a diversos grados de insatisfacción corporal relacionados con otras
alteraciones de la silueta corporal (ej. distorsión de la imagen corporal) que
han sido catalogadas como uno de los déficits básicos en los TCA (Garner et
al., 1983).
Anorexia
nerviosa. El
auto-concepto de estas pacientes durante la enfermedad refleja confictos en la
autoestima en la mayor parte de los casos.
“Por
falta de seguridad me cuesta mucho quererme” (I, 178)
Además,
tres pacientes manifiestan dificultades para afrontar adecuadamente las
críticas hacia ellas.
“A veces
me hacían un comentario, algo muy desagradable o me pasaban a llevar y yo no
hacía nada… ahora puedo responder, no me da tanto miedo lo que piensen de mí… todavía
me afecta pero en otros aspectos, ya no es lo mismo… porque antes me daba miedo
enfrentar a cualquier persona, no tenía personalidad” (II, 161)
Seis
pacientes se reconocen como perfeccionistas y exigentes, buscando agradar a los
demás y alcanzar la excelencia. Tres de ellas señalan no quererse a sí mismas;
otras tres referen ser sumisas, tímidas y dejarse llevar por su ambiente,
dificultando el identificarse a sí mismas como prioridad.
“Había
mucha pena, mucha angustia, me sentía muy reprimida. Sentía que tenía que ser
perfecta para quien fuese… tenía mucho miedo de crecer” (XVI, 1094)
“Entendí
que era demasiado autoexigente, muy perfeccionista, que volcaba todo mi control
en la comida” (VI, 91)
Siete
anorécticas relatan un cuadro depresivo durante la enfermedad: desánimo,
irritabilidad y pensamientos obsesivos sobre el alimento. Dos pacientes indican
temor a crecer y asumir la feminidad. Otras dos señalan no haber tenido
claridad respecto a su identidad, es decir, dificultades para integrar e identificar
las emociones, falta de claridad respecto a sus objetivos, de capacidad para
planificar a largo plazo y establecer metas.
“He
notado una madurez, quizás una integración más potente de mis emociones y de mí
misma… antes yo tenía un caos completo de quién era. Ahora tengo bien
organizado quién soy, lo que quiero, lo que no quiero, mis debilidades… antes
yo pensé que no las tenía; es como que me permitió conocerme más”(VI, 92)
Cuatro
pacientes anorécticas manifestaron miedo por subir de peso, entendiendo la
ganancia de peso como la pérdida de un logro alcanzado con esfuerzo.
“Me costó
mucho bajar de peso… porque hice un esfuerzo muy grande y sentía que con esto
me lo quitaban… que todo lo que me esforcé…todo lo que sufrí después lo iba a
perder” (II, 67)
Bulimia
nerviosa. En este
trastorno, las pacientes se describen en relación a la incapacidad para
controlar el peso corporal y buscar la perfección.
“Ser
faca (risas), ser delgada… tener buenas calificaciones, ser sobresaliente en el
curso… siempre fui presidenta, tesorera o lo que fuera. Desde pequeña era la
encargada del estante o de la biblioteca, siempre tenía a cargo algo, entonces
yo era importante…” (IX, 86)
A partir
de los resultados obtenidos, es posible distinguir características particulares
en las participantes. Respecto a la noción de enfermedad, resaltan sus
diferencias en la experiencia de recibir el diagnóstico, apreciándose alivio y
comprensión de la patología en las bulímicas, aunque para las anorécticas la
vivencia genera confusión y dificultades para asumir el trastorno, mostrando
menor consciencia de enfermedad. Adicionalmente, pese a que la patología es
descrita por las bulímicas como una adicción provocadora de vergüenza, también
está ligada a experiencias deseadas, como recibir mayor atención familiar,
constituyéndose por tanto en ganancia secundaria. Generalmente el diagnóstico
de TCA suele ser tardío debido a la tendencia a la ocultación, ya sea por falta
de consciencia de enfermedad o por temor a no ser entendidas. Aquéllas que
niegan la enfermedad difieren significativamente de las que la admiten y
muestran puntajes dentro del rango patológico en instrumentos que evalúan
cuantitativamente la sintomatología del TCA. Se estima que sólo alrededor de un
tercio de todas las pacientes anorécticas buscan tratamiento, pues comúnmente,
los beneficios que conlleva la enfermedad incluyen la sensación de ser
protegida o cuidada, el control de sí misma, ser atractiva, evitar emociones
incómodas y sentirse especial. Los costos implican pensamientos constantes
respecto a la comida, sentirse sobrepasadas e impactos negativos en las
relaciones interpersonales (Vandereycken,
2006a,(Vandereycken,
2006b)). La AN es altamente valorada por la paciente y los
reforzadores internos parecen jugar un papel más poderoso que los sociales,
tales como atención y orgullo por la pérdida ponderal, en el mantenimiento de
la patología (Serpell et
al., 1999).
Los
significados asociados a los alimentos también difieren entre ambos grupos. Las
anorécticas se vinculan al recuerdo traumático de haber tenido sobrepeso
durante la infancia y/o adolescencia, sufriendo por ello experiencias de
rechazo social. Entre los acontecimientos vitales precipitantes más comúnmente
vinculados al inicio de los TCA figuran, entre otros, comentarios peyorativos,
desagradables y/o críticos acerca del cuerpo y dietas estrictas para adelgazar,
generalmente auto-indicadas. La comida es entendida como un desafío superado
gracias a su capacidad para tomar decisiones y demostrar fuerza de voluntad. En
contraste, para las participantes bulímicas, se asocia a experiencias
placenteras, no obstante, es una cuestión que debe eliminarse del cuerpo
mediante conductas purgativas que desencadenan una sensación de alivio.
En la
concepción de la corporalidad, se constatan ciertas coincidencias en los
discursos de las anorécticas y bulímicas. La identificación de la adolescencia
como etapa crítica en el desarrollo de la enfermedad es compartida por ambos
grupos, relacionándola con cambios corporales y mayor preocupación por el
atractivo físico, siendo la delgadez el ideal de belleza a alcanzar. Por otra
parte, en ambos cuadros clínicos el sobrepeso es catalogado como antecedente
relevante en la comprensión longitudinal del TCA. Sin embargo, pese a estas
semejanzas discursivas, en las bulímicas emerge además el cuerpo como un objeto
ajeno al sí mismo referido a situaciones de burlas y/o maltratos, que debe
controlarse mediante conductas compensatorias.
La imagen
corporal y el peso socialmente ideal lleva a las mujeres a compararse
permanentemente con otras (Behar, 2010b).
La obesidad se identifica con malestar e infelicidad y la delgadez con felicidad
y bienestar (Esteban, 2004;
(Raich, 2001)).
La familia enseña desde muy temprano sus propios parámetros estéticos y
comportamentales en torno a hábitos alimentarios, entre otros (Behar, 2010c).
Se ha constatado que la comparación social de la silueta corporal es un
predictor importante de insatisfacción corporal (Heinberg and
Thompson, 1992; (Stormer and
Thompson, 1996)). (Dunkley et
al., 2001) hallaron que en muchachas adolescentes, la frecuencia de
bromas (Levine et
al., 1994; (Fabian and
Thompson, 1989); (Paxton et
al., 1999)), la percepción de la presión para ser delgada por parte
de los medios, pares y padres fueron los predictores más significativos de
insatisfacción corporal y de estrategias de cambios corporales (McCabe and
Ricciardelli, 2001), especialmente de restricción alimentaria.
La
autoimagen varía según el TCA. En las anorécticas destacan rasgos de
personalidad asociados a exigencia, necesidad de control y anhelo de
perfección. Paralelamente, describen actitudes de sumisión y sentimientos de
inseguridad, especialmente en las relaciones interpersonales (Behar, 2010a).
En las entrevistadas bulímicas, se enfatiza la percepción de incapacidad para
controlar el peso corporal, y el logro de perfección (Behar, 2010d;
(Behar, 2011a),(Behar, 2011b)).
(Slade and
Dewey, 1986) y (Hamacheck,
1978), establecieron que la tendencia al perfeccionismo sería un
factor de riesgo para individuos portadores de algún grado de insatisfacción
general, que en el caso de los TCA se focaliza esencialmente en la figura
corporal, postulado comprobado por (Behar, 1996)
y por (Davis et al.,
2000).
La
insatisfacción con la propia figura parece estar consistentemente relacionada
con el empeoramiento del TCA (Cooley and
Toray, 2001), representa un factor de mantenimiento (Stice and
Shaw, 2002) y un predictor de recaídas. Suele relacionarse con una
baja autoestima, que genera la necesidad “obsesiva” de alcanzar un peso bajo a
costa de una extrema delgadez (Rabe-Jablonska
Jolanta and SobowTomasz, 2000; (Behar, 2010b)).
(Sack et al.,
2002), en una evaluación post tratamiento, concluyeron que la imagen
corporal mejoró en todos los grupos de pacientes alimentarias, excepto en las
anorécticas. No obstante, (Slade and
Brodie, 1994) consideran que las pacientes con TCA no poseen una
imagen distorsionada, fija e implacable, tal como había establecido (Bruch, 1962),
sino por el contrario, ésta es incierta, inestable y débil, concepto que
suscita importantes implicancias terapéuticas, ya que puede aportar grandes
beneficios focalizarse en el trastorno de la imagen corporal como primer
objetivo de la intervención. Dada la multidimensionalidad del trastorno de la
imagen corporal en estos cuadros, su tratamiento según (Raich et al.,
2010) debe incluir intervenciones en todos los aspectos.
A pesar
de que la heterogeneidad socio-demográfica y terapéutica de la muestra
dificulta el hallazgo de regularidades en las pacientes entrevistadas, ésta
permite que las categorías emergentes fuesen descritas desde diferentes ángulos
y ante una mayor variedad de características de las participantes. Por otra
parte, al considerar diagnósticos bien delimitados de AN y BN, con el fin de
polarizar y encontrar diferencias, estos pueden aparecer como patologías muy
distintas, rebatiendo la idea del tránsito de un diagnóstico a otro, fenómeno
que se observa con frecuencia en la casuística.
En
conclusión, nuestros hallazgos nos orientan a que además de reconocer los
argumentos expuestos por los modelos teóricos vigentes, es necesario considerar
la importancia de continuar investigando comparativamente los significados y
vivencias subjetivas de las pacientes con AN y BN, favoreciendo el desarrollo
de intervenciones terapéuticas acordes a sus particularidades y requerimientos,
esencialmente respecto a la noción de enfermedad, significados asociados a los
alimentos, concepción de la corporalidad y autoimagen, que cursan un cuadro
clínico completo, o bien, transitan a lo largo de un continuo por distintas
etapas de la enfermedad.
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